Las personas pasamos por distintas etapas en la vida y en cada una de ellas vamos evolucionando y experimentando cambios tanto a nivel de autoconcepto, como de estado de ánimo, comportamientos, etc. Pero en ocasiones, el malestar aparece bien como fruto de esos cambios, de la imagen que vamos formando de nosotros mismos, o bien porque problemas como la ansiedad o la tristeza empiezan a ocupar cada vez un lugar más frecuente o importante en nuestro día a día. Cuando eso ocurre, generalmente, hacemos uso de los recursos de los que disponemos (intentar no pensar en lo que nos preocupa, evitar aquello que nos da miedo, posponer una decisión, etc.). Pero muchas de esas soluciones a las que intuitivamente recurrimos, no hacen sino agravar el problema, instaurando el malestar psicológico o generando consecuencias que nos complican las cosas a nivel social, laboral, familiar o académico.
Sin duda, se hace necesario acudir a un psicólogo/psicóloga cuando esta interferencia se produce, ya que si el malestar empieza a generalizarse afectando a una o varias áreas de nuestra vida, es probable que estemos lejos de la resolución. Además es importante que la intervención profesional se haga a tiempo, pues cuando las personas se dan cuenta de que la ansiedad, la preocupación, la tristeza o la situación empeora, cabe esperar que la sintomatología haya ido avanzando respecto al punto inicial y ello aumenta la probabilidad de que se haya instaurado como un trastorno psicopatológico concreto. En muchas ocasiones, los psicólogos/psicólogas observamos cómo en la práctica clínica las personas acuden a consulta cuando ya no pueden más, pero es recomendable no esperar a que esto ocurra para pedir ayuda psicológica.
Antiguamente los psicólogos/psicólogas nos encontrábamos con un estigma bastante extendido que relacionaba el acudir a un profesional con el “no estar bien a nivel psicológico”, por lo que muchas personas intentaban soportar el sufrimiento emocional y no pedían ayuda hasta que éste interfería notablemente en sus vidas. No obstante, más allá de la intervención psicopatológica de los diferentes trastornos (ansiedad, depresión, etc…), desde la Psicología también trabajamos para:
• prevenir que aumente o que se generalice el malestar.
• prevenir que se instaure un problema psicopatológico concreto.
• prevenir que un problema psicopatológico concreto de lugar a otro (por ejemplo, que un problema de ansiedad, acabe generando también otro de estado de ánimo deprimido).
• gestionar de manera más efectiva una determinada situación personal, de pareja o social.
• mejorar determinadas competencias relacionadas con el autoconocimiento, el autocontrol emocional, la motivación, la empatía, las habilidades sociales, etc.
• potenciar el rendimiento laboral o académico.
• dotar a la persona de herramientas dirigidas a mejorar el funcionamiento social, laboral, familiar o académico; o que permitan disminuir la ansiedad, mejorar el estado de ánimo, etc., a través de técnicas dirigidas a controlar la activación psicofisiológica (Biofeedback, relajación), de resolución de problemas, toma de decisiones, o autocontrol emocional, entre otros.