Para amenizar esta entrada del blog os invitamos a que la acompañeis de este fantástico corto de animación producido por Renato Roldán.
Muchos hemos experimentado alguna pérdida en un momento u otro de nuestra vida. Estas pérdidas se pueden presentar de muchas formas, como son la de un ser querido, la de capacidades físicas y/o mentales, económicas o materiales. Después de una pérdida experimentamos de forma normal lo que se conoce como proceso de duelo.
En general el proceso de duelo se entiende como la respuesta al fallecimiento de un ser querido, sin embargo éste se puede iniciar tras cualquier tipo de pérdida significativa desde el momento en el que la persona comience a experimentarla como tal.
El proceso de duelo por sí mismo, es un mecanismo que tenemos para adaptarnos y por tanto es totalmente normal. Puede que cada uno de nosotros tenga una forma diferente de afrontar lo sucedido, sin embargo, aunque pensemos, sintamos o hagamos cosas distintas es normal reaccionar ante una pérdida. En algunos casos, este proceso de duelo normalizado puede derivar en un trastorno de duelo, bien sea por la aparición de algunos síntomas, o por la frecuencia, la intensidad y/o duración de los mismos. En general podemos considerar que desde el momento en el que los síntomas provocan un malestar clínicamente significativo o afectan al funcionamiento social, laboral o de otras áreas importantes de actividad del individuo, conviene considerar esa pérdida como objeto de atención clínica
Los síntomas del proceso de duelo son variados y se engloban en cuatro esferas: cognitivos, conductuales, emocionales y orgánicos. Cada persona presentará un cuadro sintomatológico diferente, pero tendremos factores de riesgo y unos determinados criterios diagnósticos que nos ayudarán a determinar si nos encontramos o no ante un trastorno de duelo.
Cuando el que sufre el proceso de duelo es un niño o un adolescente, es común que los adultos intentemos hacer todo lo posible para evitarles el dolor ante el temor de que no sea capaz de superarlo. No obstante, en la práctica clínica se observa como niños y adolescentes siguen su propio proceso de duelo con una alta capacidad de resilencia o de superación.
Pero en cualquier caso, e independientemente de la edad, el objetivo será el mismo: reconstruir un mundo en el que no se encuentra la persona u objeto perdido, sin que esto signifique el olvido sino la disminución del dolor de la situación.