¿Te has planteado alguna vez qué relación existe entre tu forma de pensar y las emociones que experimentas?
Los procesos de pensamiento son tan rápidos y están tan interiorizados que a veces resulta difícil identificarlos. Si nos planteamos la siguiente pregunta: ¿qué estabas pensando cuando aquel problema te afectó emocionalmente?, muchos de nosotros seremos incapaces de contestar, otros diremos que no estábamos pensando nada. Algunos tendremos ideas acerca de nosotros mismos que nunca nos hemos detenido a cuestionar, entre otros motivos, porque creemos estar seguros de lo que pensamos.
Nuestros esquemas mentales, valores, creencias, atribuciones, ante una determinada situación que nos perturba emocionalmente o que, como mínimo nos incomoda, se forman a base de interiorizar, es decir, de hacer propios los juicios, informaciones y opiniones que recibimos de nuestro entorno y a los que, por diferentes motivos, damos un alto grado de credibilidad, de tal forma que los hacemos nuestros y funcionamos conforme a ellos.
A veces, cuando estudiamos la relación directa entre las interpretaciones y conclusiones que realizamos de los acontecimientos cotidianos y nuestro grado de malestar o bienestar psicológico, nos damos cuenta de que si interpretamos de manera negativa una determinada situación o comportamiento, nuestras conductas y emociones serán experimentadas también con un mayor malestar, ya que muchas veces el hecho de que nos sintamos mal no viene provocado por la situación misma sino por lo que pensamos de la situación. Debemos aprender que nuestros pensamientos, o lo que es lo mismo, nuestros procesos mentales, son un poderoso filtro que reorganiza la información que recibimos, en función de los valores personales y de las interpretaciones que realizamos.
Todos conocemos ejemplos de personas que ante la misma situación, reaccionan o interpretan de forma absolutamente diferente. Fijémonos en el siguiente ejemplo: El paro laboral. Éste, sin ir más lejos, es un acontecimiento objetivamente negativo que podría provoca reacciones más o menos similares. Sin embargo, no es así. Hay gente que aprovecha parte del tiempo del que va a disponer para descansar mientras busca un nuevo trabajo, otros deciden apuntarse a un curso para mejorar sus competencias laborales, y algunos se angustian al creer que nunca más encontrarán un empleo, etc. La diferencia entre cada una de las reacciones anteriores es que, mientras las dos primeras son adaptativas (es decir, que el sujeto después de que le suceda el hecho negativo de quedarse en el paro lo puede transformar en una realidad positiva), la última genera malestar, e impide que tomemos posturas que posibiliten la solución del problema planteado.
¿Cómo podemos cambiar lo que sentimos?
Conocer la existencia y características de los pensamientos negativos es el primer paso que debemos dar si queremos detectarlos. Para ello, debemos centrarnos en el momento en el que aparezca la emoción, ya que de ese modo resulta más fiable. Si no es posible, elige un momento del día en el que puedas relajarte y pensar tranquilamente sobre lo sucedido, lo que se aconseja registrar por escrito.
¿Cómo? Muy sencillo. Primero, tras sentir una emoción que te produzca malestar, describe brevemente la situación en la que se ha desencadenado. Piensa si objetivamente esa situación tiene la suficiente fuerza como para generar la emoción registrada (bien por el tipo de emoción, intensidad, duración...). Si la emoción, intensidad, o duración de ésta, no se corresponden (de manera objetiva) con la situación en la que se ha dado, es que hay algo más. Ese “algo más” son los pensamientos automáticos negativos. Intenta identificarlos. Finalmente, piensa hasta qué punto te lo crees, y otórgale un cierto porcentaje de credibilidad. Intenta escribir los pensamientos de forma literal, en primera persona, y sin añadir ni quitar nada.
Realiza este registro durante varios días consecutivos, por ejemplo, una semana, y al llegar al final, léelo atentamente e intenta responder a estas preguntas:
- ¿En qué situaciones me siento mal?
- ¿Cuáles son mis sentimientos negativos más frecuentes?
- ¿Cómo me comporto en esos momentos?
- ¿Qué tanto por ciento de credibilidad les doy a mis pensamientos en esos momentos? Si dejara pasar unos días, ¿les otorgaría el mismo porcentaje?
Sabemos que se trata de un proceso complejo, no obstante, aprender a identificar qué pensamientos son aquellos que “nos duelen”, es el primer paso para poderlos cuestionar y comprobar cómo a medida que disminuye el porcentaje de credibilidad, la emoción “negativa” va desapareciendo o pierde intensidad.
Realmente nos sorprenderíamos si supiéramos hasta qué punto dichos pensamientos pueden condicionar la visión que tenemos de nosotros mismos, del mundo y de nuestras relaciones.
Así pues, vale la pena intentarlo !