¿Quién no ha tenido un mal día? ¿Qué puedo hacer cuando me siento triste?
Todas las personas tenemos días mejores y días peores. ¿Quién no se ha sentido nunca triste? En muchas ocasiones, esa sensación de tristeza puede ir asociada a determinados hechos o a una causa objetiva que condicione nuestro estado de ánimo, pero en otros casos puede que no encontremos razones de peso que justifiquen el malestar que sufrimos en ese momento.
No siempre es necesario tener motivos claros para justificar nuestra tristeza o malestar: todos y todas tenemos derecho a sentirnos mal y a pasar malos ratos sin tener que dar ni encontrar explicaciones al respecto.
Sin embargo, vale la pena tener a nuestro alcance herramientas útiles que poner en marcha en los momentos difíciles, ya que éstas nos pueden ayudar a sentirnos mejor y a gestionar nuestro estado de ánimo. Así pues, ¿qué podemos hacer? En primer lugar, lo más recomendable pasa por no evitar las emociones desagradables, ni tampoco ignorarlas. Saber cómo nos sentimos es el primer paso.
Desde la psicología, se proponen estrategias para afrontar el malestar interno, de forma que el estado de ánimo bajo o tristeza no adquiera protagonismo en nuestras vidas. Algunas de las indicaciones que proponen los psicólogos se basan en las premisas de la Activación Conductual (AC).
Cuando hablamos de Activación Conductual, nos referimos a una terapia psicológica (generalmente utilizada para tratar la sintomatología depresiva) que se basa en el contexto y en la funcionalidad del individuo. Además de analizar qué contexto nos rodea, también debemos tener en cuenta el cómo respondemos ante él. Así pues, ¿cuál es la importancia de las conductas que llevamos a cabo en función de cómo nos sentimos?
Para entender esta idea principal, podríamos decir que cuando estamos tristes tendemos a la evitación, por ejemplo: nos quedarnos en casa sin salir, renunciando a planes y actividades potencialmente atractivos.
Las conductas de evitación no tienen porque hacer referencia al hecho de no hacer algo: también podemos referirnos a la evitación de emociones o pensamientos que en un momento dado no queremos sentir o pensar.
Cuando evitamos, se renuncia a una parte de la realidad que puede ser estimulante, proporcionarnos nuevas respuestas a nuestro malestar y estimular una parte de nosotros que en ese momento está triste o ausente. La activación conductual puede entenderse como un proceso a través del que se intentan aumentar las conductas que nos ponen en contacto con momentos, situaciones y personas que nos proporcionan bienestar, que nos hacen sentir mejor y en consecuencia, motivan cambios en los pensamientos, el humor y el estado de ánimo.
Aunque en la mayoría de ocasiones la Activación Conductual es una terapia breve y muy estructurada, se puede adaptar y aplicar según la persona y la situación. Para ello, podemos extraer las ideas principales y confeccionar un patrón conductual a medida del contexto de referencia.
Toda persona debe activarse dentro de sus posibilidades y esta premisa puede adaptarse a muchos casos y de forma particular. Volviendo al inicio del artículo, si puntualmente me siento triste o tengo un mal día, sería aconsejable que pudiera aumentar mi nivel de actividad, poniendo en marcha aquellas conductas que se han asociado a experiencias positivas. Sin embargo, se recomienda elegir entre esas opciones que no son fruto de la evitación (no se aconsejaría, por ejemplo, quedarme en casa descansando porque estoy triste y me da pereza) y elegir aquellas que son potencialmente reforzantes para mi, ya que son las que mejoran nuestro estado de ánimo y disminuyen el malestar.