En el artículo de blog de esta semana nos hemos propuesto no entrar a describir las cuestiones técnicas que guardan relación con la felicidad y la autoestima, sino reflexionar sobre algunas de las claves que repercuten sobre la valoración que hacemos de nosotros mismos.
Es frecuente que las personas que acuden a consulta expresen en algún momento algo así como: “me gustaría mejorar mi autoestima”, “no tengo autoestima”, “mi problema es que tengo la autoestima muy baja”, etc.
No obstante, en muchas ocasiones, la visión y valoración que hacemos de nosotros mismos viene más determinada por la interpretación sesgada de cómo nos vemos y sentimos que por quienes somos realmente, y ese aspecto influye más de lo que creemos sobre nuestra autoestima.
Pensamientos y autoestima.
Muchos sabemos que tener una autoestima alta no implica que debamos ser perfectos, ni sentir que lo hacemos todo bien. Sin embargo, cada vez que las cosas no nos salen como pensamos, que alguien cuestiona lo que hemos hecho o simplemente el cómo somos, es fácil sentir un cierto descontento con uno mismo. Del mismo modo, también es habitual, que incluso obteniendo los resultados que nos hemos propuesto, o rodeados de personas que nos valoran desde hace tiempo, nuestra tendencia sea la de:
- Minimizar todo lo que hemos logrado.
- Maximizar aquellas cualidades que no poseemos.
- Focalizar la atención en pequeños aspectos negativos, sintiéndolos como mucho más relevantes de lo que son.
- Tener un estilo de pensamiento polarizado en el que todo es blanco o negro y desaparecen los grises.
- Anticipar consecuencias catastróficas en relación a los resultados (“no voy a poder”, “voy a fracasar”…)
- Creer que las cosas deben ser de una determinada manera sin cuestionarnos la validez de la creencia (ej. “Las personas con una buena autoestima no deberían dudar de sí mismas”).
Entonces, más allá de las experiencias, o del cómo nos ven los demás, ¿qué aspectos influyen sobre la autoestima?
Una de las variables que juegan un papel principal es la manera que tenemos de pensar. Si yo creo que debo estar segura de mi misma, no dudar, decir lo que pienso siempre, no dejar que nadie me diga lo que tengo que hacer, ser la mejor en el trabajo, …, es probable que la valoración que haga de mi no sea demasiado positiva. Si pienso esto y creo que es lo que debo experimentar para gozar de una buena autoestima, entonces es probable que las expectativas de lo que “debería ser” generen el malestar de no haberlo logrado.
Y …, ¿por qué no puedo conseguirlo? Sencillamente porque es imposible. Es tan difícil no dudar nunca sobre uno mismo, como lo es decir siempre lo que pensamos, poder con todo, o conseguir siempre aquello que nos proponemos.
Sin embargo, la visión general que se tiene al respecto suele estar sesgada y es precisamente ese sesgo, uno de los componentes que más interferencia generan sobre la valoración que hacemos de nosotros y de nuestros resultados.
Así pues, ¿qué podemos hacer para mejorar nuestra autoestima?
Uno de los primeros pasos que podemos dar para trabajar nuestro autoconcepto y la autoestima es cuestionarnos determinadas creencias sobre lo que deberíamos sentir y ser, así como reestructurar, si se da, la tendencia a interpretar determinados aspectos tal y como hemos expuesto en el punto anterior.
Una vez lo hayamos logrado, es muchísimo más sencillo adentrarnos en el autoconocimiento de quiénes somos realmente, y poder valorarnos de una manera más ajustada. Esta visión, no solo nos ayudará a mejorar nuestra autoestima, sino que también nos permitirá potenciar lo mejor de nosotros mismos.
Resumiendo, podríamos decir que quienes poseen una autoestima alta, no tienen por qué ser los mejores en todo ni los más perfectos, sino aquellos que se aceptan tal y cómo son, y que, siendo conscientes de sus errores, saben aprender de ellos.